(Noam Abraham Chomsky; Filadelfia, 1928) Lingüista
y filósofo estadounidense. Fue introducido en la lingüística por su padre,
especializado en lingüística histórica del hebreo. Estudió en la Universidad de
Pensilvania, donde se doctoró en 1955 con una tesis sobre el análisis
transformacional, elaborada a partir de las teorías de Z. Harris, de quien fue
discípulo. Entró entonces a formar parte como docente del Massachusetts
Institute of Technology, del que fue profesor desde 1961.
Noam Chomsky
Es autor de una aportación fundamental a la
lingüística moderna, con la formulación teórica y el desarrollo del concepto de
gramática transformacional, o generativa, cuya principal novedad radica en la
distinción de dos niveles diferentes en el análisis de las oraciones: por un
lado, la «estructura profunda», conjunto de reglas de gran generalidad a partir
de las cuales se «genera», mediante una serie de reglas de transformación, la
«estructura superficial» de la frase.
Este método permite dar razón de la identidad
estructural profunda entre oraciones superficialmente distintas, como sucede
entre el modo activo y el pasivo de una oración. En el nivel profundo, la
persona posee un conocimiento tácito de las estructuras fundamentales de la
gramática, que Chomsky consideró en gran medida innato; basándose en la
dificultad de explicar la competencia adquirida por los hablantes nativos de
una lengua a partir de la experiencia deficitaria recibida de sus padres,
consideró que la única forma de entender el aprendizaje de una lengua era
postular una serie de estructuras gramaticales innatas las cuales serían
comunes, por tanto, a toda la humanidad.
En este sentido, podría hablarse de una gramática
universal, a cuya demostración y desarrollo se han dedicado los numerosos
estudios que han partido de las ideas de Chomsky. Aparte de su actividad en el
terreno lingüístico, ha intervenido a menudo en el político, provocando
frecuentes polémicas con sus denuncias del imperialismo estadounidense desde el
comienzo de la guerra de Vietnam y sus reiteradas críticas al sistema político
y económico de Estados Unidos.
(Poitiers, Francia, 1926-París, 1984) Filósofo
francés. Estudió filosofía en la École Normale Supérieure de París y ejerció la
docencia en las universidades de Clermont-Ferrand y Vincennes, tras lo cual
entró en el Collège de France (1970).
Michel Foucault
Influido por Nietzsche, Heidegger y Freud, en su
ensayo titulado Las palabras y las cosas (1966) desarrolló una importante
crítica al concepto de progreso de la cultura, al considerar que el discurso de
cada época se articula alrededor de un «paradigma» determinado, y que por tanto
resulta incomparable con el discurso de las demás. Del mismo modo, no podría
apelarse a un sujeto de conocimiento (el hombre) que fuese esencialmente el
mismo para toda la historia, pues la estructura que le permite concebir el
mundo y a sí mismo en cada momento, y que se puede identificar, en gran medida,
con el lenguaje, afecta a esta misma «esencia» o convierte este concepto en
inapropiado.
En una segunda etapa, Foucault dirigió su interés
hacia la cuestión del poder, y en Vigilar y castigar (1975) realizó un análisis
de la transición de la tortura al encarcelamiento como modelos punitivos, para
concluir que el nuevo modelo obedece a un sistema social que ejerce una mayor
presión sobre el individuo y su capacidad para expresar su propia diferencia.
De ahí que, en el último volumen de su Historia de
la sexualidad, titulado La preocupación de sí mismo (1984), defendiese una ética
individual que permitiera a cada persona desarrollar, en la medida de lo
posible, sus propios códigos de conducta. Otros ensayos de Foucault son Locura
y civilización (1960), La arqueología del saber (1969) y los dos primeros
volúmenes de la Historia de la sexualidad: Introducción (1976) y El uso del
placer (1984).
(Poznan, 1925 - Leeds, Inglaterra, 2017) Sociólogo
polaco. Miembro de una familia de judíos no practicantes, hubo de emigrar con
su familia a Rusia cuando los nazis invadieron Polonia.
Zygmunt Bauman
Durante la Segunda Guerra Mundial, Bauman se
enroló en el ejército polaco, controlado por los soviéticos, cumpliendo
funciones de instructor político. Participó en las batallas de Kolberg y en
algunas operaciones militares en Berlín. En mayo de 1945 le fue otorgada la
Cruz Militar al Valor. De 1945 a 1953 desempeñó funciones similares combatiendo
a los insurgentes nacionalistas de Ucrania, y como colaborador para la
inteligencia militar.
Durante sus años de servicio comenzó a estudiar
sociología en la Universidad de Varsovia, carrera que hubo de cambiar por la de
filosofía, debido a que los estudios de sociología fueron suprimidos por
"burgueses". En 1953, habiendo llegado al grado militar de mayor, fue
expulsado del cuerpo militar con deshonor, a causa de que su padre se había
presentado en la embajada de Israel para pedir visa de emigrante.
En 1954 finalizó la carrera e ingresó como
profesor en la Universidad de Varsovia, en la que permanecería hasta 1968. En
una estancia de estudios en la prestigiosa London School of Economics, preparó
un relevante estudio sobre el movimiento socialista inglés que fue publicado en
Polonia en 1959, y luego apareció editado en inglés en 1972. Entre sus obras
posteriores desataca Sociología para la vida cotidiana (1964), que resultó muy
popular en Polonia y formaría luego la estructura principal de Pensando
sociológicamente (1990).
Fiel en sus inicios a la doctrina marxista, con el
tiempo fue modificando su pensamiento, cada vez más crítico con el proceder del
gobierno polaco. Por razones políticas se le vedó el acceso a una plaza regular
de profesor, y cuando su mentor Julian Hochfeld fue nombrado por la UNESCO en
París, Bauman se hizo cargo de su puesto sin reconocimiento oficial. Debido a
fuertes presiones políticas en aumento, Bauman renunció en enero de 1968 al
partido, y en marzo fue obligado a renunciar a su nacionalidad y a emigrar.
Ejerció la docencia primero en la Universidad de
Tel Aviv y luego en la de Leeds, con el cargo de jefe de departamento. Desde
entonces Bauman escribió y publicó solamente en inglés, su tercer idioma, y su
reputación en el campo de la sociología creció exponencialmente a medida que
iba dando a conocer sus trabajos. En 1992 recibió el premio Amalfi de
Sociología y Ciencias Sociales, y en 1998 el premio Theodor W. Adorno otorgado
por la ciudad de Frankfurt.
El pensamiento de Zygmunt Bauman
La obra de Bauman comprende cincuenta y siete
libros y más de cien ensayos. Desde su primer trabajo acerca del movimiento
obrero inglés, los movimientos sociales y sus conflictos mantuvieron su
interés, si bien su abanico de intereses fue mucho más amplio. Muy influido por
Gramsci, nunca llegó a renegar completamente de los postulados de Marx. Sus
obras de finales de los 80 y principios de los 90 analizan las relaciones entre
la modernidad, la burocracia, la racionalidad imperante y la exclusión social.
Siguiendo a Sigmund Freud, concibió la modernidad europea como el producto de
una transacción entre la cesión de libertades y la comodidad para disfrutar de
un nivel de beneficios y de seguridad.
Según Bauman, la modernidad en su forma más
consolidada requiere la abolición de interrogantes e incertidumbres. Necesita
de un control sobre la naturaleza, de una jerarquía burocrática y de más reglas
y regulaciones para hacer aparecer los aspectos caóticos de la vida humana como
organizados y familiares. Sin embargo, estos esfuerzos no terminan de lograr el
efecto deseado, y cuando la vida parece que comienza a circular por carriles
predeterminados, habrá siempre algún grupo social que no encaje en los planes
previstos y que no pueda ser controlado.
Bauman acudía al personaje de la novela El
extranjero de Albert Camus para ejemplificarlo. Abrevando en la sociología de
Georg Simmel y en Jacques Derrida, Bauman describió al "extranjero"
como aquel que está presente pero que no nos es familiar, y que por ello es
socialmente impredecible. En Modernidad y ambivalencia, Bauman describe cómo la
sociedad es ambivalente con estos elementos extraños en su seno, ya que por un
lado los acoge y admite cierto grado de extrañeza, de diferencia en los modos y
pautas de comportamiento, pero por dentro subyace el temor a los personajes
marginales, no totalmente adaptados, que viven al margen de las normas comunes.
En su obra más conocida, Modernidad y holocausto,
sostiene que el holocausto no debe ser considerado como un hecho aislado en la
historia del pueblo judío, sino que debería verse como precursor de los
intentos de la modernidad de generar el orden imperante. La racionalidad como
procedimiento, la división del trabajo en tareas más diminutas y
especializadas, la tendencia a considerar la obediencia a las reglas como moral
e intrínsecamente bueno, tuvieron en el holocausto su grado de incidencia para
que éste pudiera llevarse a cabo. Los judíos se convirtieron en los
"extranjeros" por excelencia, y Bauman, al igual que el filósofo
Giorgio Agamben, afirma que los procesos de exclusión y de descalificación de
lo no catalogable y controlable siguen aún vigentes.
Al miedo difuso, impreciso, que no tiene en la
realidad un referente determinado, lo denominó "miedo líquido". Tal
miedo es omnipresente en la "modernidad líquida" actual, donde las
incertidumbres cruciales subyacen en las motivaciones del consumismo. Las
instituciones y organismos sociales no tienen tiempo de solidificarse, no
pueden ser fuentes de referencia para las acciones humanas y para planificar a
largo plazo. Los individuos se ven por ello llevados a realizar proyectos
inmediatos, a corto plazo, dando lugar a episodios donde los conceptos de
carrera o de progreso puedan ser adecuadamente aplicados, siempre dispuestos a
cambiar de estrategias y a olvidar compromisos y lealtades en pos de
oportunidades fugaces.
(Röcken, actual Alemania, 1844 - Weimar, id.,
1900) Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron
pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras
estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los
veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de
Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado
por el academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner,
por quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación
con él.
Friedrich Nietzsche
La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más
retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los
síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la
poetisa Lou Andreas-Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó
definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se reconoce el valor de
sus textos con independencia de su atormentada biografía, durante algún tiempo
la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la enfermedad que
padecía desde joven y que terminó por ocasionarle la locura.
Los últimos once años de su vida los pasó
recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg,
aunque hoy es evidente que su encierro fue provocado por el desconocimiento de
la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su fallecimiento, su hermana
manipuló sus escritos aproximándolos al ideario del movimiento nazi, el cual no
dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se
desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.
La filosofía de Nietzsche
Entre las divisiones que se han propuesto para las
obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre un
primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en que
sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más
aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en
su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado
sobre todo en sus últimas obras.
Como crítico de la cultura occidental, Nietzsche
considera que su sentido ha sido siempre reprimir la vida (lo dionisíaco) en
nombre del racionalismo y de la moral (lo apolíneo); la filosofía, que desde
Platón ha transmitido la imagen de un mundo inalterable de esencias, y el
cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral, terminan por instaurar
una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente y la infinita
variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden
ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.
Su labor hermenéutica se orienta en este período a
mostrar cómo detrás de la racionalidad y la moral occidentales se hallan
siempre el prejuicio, el error o la mera sublimación de los impulsos vitales.
La «muerte de Dios» que anuncia el filósofo deja al hombre sin la mezquina
seguridad de un orden trascendente, y por tanto enfrentado a la lucha de
distintas voluntades de poder como único motor y sentido de la existencia.
El concepto de voluntad de poder, perteneciente ya
a sus obras de madurez, debe interpretarse no tanto en un sentido biológico
como hermenéutico: son las distintas versiones del mundo, o formas de vivirlo,
las que se enfrentan, y si Nietzsche ataca la sociedad decadente de su tiempo y
anuncia la llegada de un superhombre, no se trata de que éste posea en mayor
grado la verdad sobre el mundo, sino que su forma de vivirlo contiene mayor
valor y capacidad de riesgo.
Otra doctrina que ha dado lugar a numerosas
interpretaciones es la del eterno retorno, según la cual la estructura del
tiempo sería circular, de modo que cada momento debería repetirse eternamente.
Aunque a menudo Nietzsche parece afirmar esta tesis en un sentido literal, ello
sería contradictorio con el perspectivismo que domina su pensamiento, y resulta
en cualquier caso más sugestivo interpretarlo como la idea regulativa en que
debe basarse el superhombre para vivir su existencia de forma plena, sin
subterfugios, e instalarse en el momento presente, puesto que si cada momento
debe repetirse eternamente, su fin se encuentra tan sólo en sí mismo, y no en
el futuro.
(Friedrich o Federico Engels; Barmen, Renania,
1820 - Londres, 1895) Pensador y dirigente socialista alemán. Nació en una
familia acomodada, conservadora y religiosa, propietaria de fábricas textiles.
Sin embargo, desde su paso por la Universidad de Berlín (1841-42) se interesó
por los movimientos revolucionarios de la época: se relacionó con los
hegelianos de izquierda y con el movimiento de la Joven Alemania.
Friedrich Engels
Enviado a Inglaterra al frente de los negocios
familiares, conoció las míseras condiciones de vida de los trabajadores en la
cuna de la Revolución Industrial; más tarde plasmaría sus observaciones en su
libro La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).
En 1844 se adhirió definitivamente al socialismo y
entabló una duradera amistad con Karl Marx. En lo sucesivo, ambos pensadores
colaborarían estrechamente, publicando juntos obras como La Sagrada Familia
(1844), La ideología alemana (1844-46) y el Manifiesto Comunista (1848).
Aunque corresponde a Marx la primacía en el
liderazgo socialista, Engels ejerció una gran influencia sobre él: le acercó al
conocimiento del movimiento obrero inglés y atrajo su atención hacia la crítica
de la teoría económica clásica. Fue también Engels quien, gracias a la
desahogada situación económica de la que disfrutaba como empresario, aportó a
Marx la ayuda económica necesaria para mantenerse y escribir El Capital; e
incluso publicó los dos últimos tomos de la obra después de la muerte de su
amigo.
Pero Engels tuvo también un protagonismo propio
como teórico y activista del socialismo, a pesar de lo contradictoria que
resultaba su doble condición de empresario y revolucionario: participó
personalmente en la revolución alemana de 1848-50; fue secretario de la primera
Internacional obrera (la AIT) desde 1870; y publicó escritos tan relevantes
como Socialismo utópico y socialismo científico (1882), El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado (1884) o Ludwig Feuerbach y el fin de
la filosofía clásica alemana (1888).
Tras la muerte de Marx en 1883, Engels se
convirtió en el líder indiscutido de la socialdemocracia alemana, de la segunda
Internacional y del socialismo mundial, salvaguardando lo esencial del
marxismo, al que él mismo había aportado matices relativos a la desaparición
futura del Estado, a la dialéctica y a las complejas relaciones entre la
infraestructura económica y las superestructuras políticas, jurídicas y
culturales.
No obstante, en los últimos años de su vida se
alejó de sus primitivas concepciones revolucionarias y abrió la puerta a un
socialismo más reformista, vía que seguiría después de la muerte de Engels su
colaborador Eduard Bernstein y que acabaría por imponerse entre los
socialdemócratas.
(Tréveris, Prusia occidental, 1818 - Londres,
1883) Pensador socialista y activista revolucionario de origen alemán.
Raramente la obra de un filósofo ha tenido tan vastas y tangibles consecuencias
históricas como la de Karl Marx: desde la Revolución rusa de 1917, y hasta la
caída del muro de Berlín en 1989, la mitad de la humanidad vivió bajo regímenes
políticos que se declararon herederos de su pensamiento.
Karl Marx
Contra lo que pudiera parecer, el fracaso y derrumbamiento
del bloque comunista no habla en contra de Marx, sino contra ciertas
interpretaciones de su obra y contra la praxis revolucionaria de líderes que el
filósofo no llegó a conocer, y de los que en cierto modo se desligó
proféticamente al afirmar que él no era marxista. Ciertamente fallaron sus
predicciones acerca del inevitable colapso del sistema capitalista, pero,
frente a los socialistas utópicos, apenas se interesó en cómo había de
organizarse la sociedad. En lugar de ello, Marx se propuso desarrollar un
socialismo científico que partía de un detallado estudio del capitalismo desde
una perspectiva económica y revelaba las perversiones e injusticias intrínsecas
del sistema capitalista.
En tal análisis, fecundo por los desarrollos
posteriores y vigente en muchos aspectos, reside el verdadero valor de su
legado. En cualquier caso, es innegable la altura de sus ideales; nunca
ambicionó nada excepto "trabajar para la humanidad", según sus propias
palabras. Y, refiriéndose a su libro El capital, dijo: "Dudo que nadie
haya escrito tanto sobre el dinero teniendo tan poco".
Biografía
Karl Marx procedía de una familia judía de clase
media; su padre era un abogado convertido recientemente al luteranismo. Estudió
en las universidades de Bonn, Berlín y Jena, doctorándose en filosofía por esta
última en 1841. Desde esa época el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre
la dialéctica de Hegel, si bien sustituyó el idealismo hegeliano por una concepción
materialista, según la cual las fuerzas económicas constituyen la
infraestructura subyacente que determina, en última instancia, fenómenos
«superestructurales» como el orden social, político y cultural.
En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre
inició a Marx en el interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución
francesa y por los primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata
radical, Marx trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas
políticas le obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).
Por entonces estableció una duradera amistad con
Friedrich Engels, que se plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y
política de ambos. Fue expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas;
por fin, tras una breve estancia en Colonia para apoyar las tendencias
radicales presentes en la Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida
más estable en Londres, en donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su
obra escrita. Su dedicación a la causa del socialismo le hizo sufrir grandes
dificultades materiales, superadas gracias a la ayuda económica de Engels.
Engels y Marx
Marx partió de la crítica a los socialistas
anteriores, a los que calificó de «utópicos», si bien tomó de ellos muchos
elementos de su pensamiento (particularmente, de autores como Saint-Simon,
Robert Owen o Charles Fourier). Tales pensadores se habían limitado a imaginar
cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a esperar que su implantación
resultara del convencimiento general y del ejemplo de unas pocas comunidades
modélicas.
Por el contrario, Marx y Engels pretendían hacer
un «socialismo científico», basado en la crítica sistemática del orden
establecido y el descubrimiento de las leyes objetivas que conducirían a su
superación; la fuerza de la revolución (y no el convencimiento pacífico ni las
reformas graduales) sería la forma de acabar con la civilización burguesa. En
1848, a petición de una liga revolucionaria clandestina formada por emigrantes
alemanes, Marx y Engels plasmaron tales ideas en el Manifiesto Comunista, un
panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto de las revoluciones
europeas de 1848.
El capital
Posteriormente, durante su estancia en Inglaterra,
Marx profundizó en el estudio de la economía política clásica y, apoyándose
fundamentalmente en el modelo de David Ricardo, construyó su propia doctrina
económica, que plasmó en El capital; de esa obra monumental sólo llegó a
publicar el primer volumen (1867), mientras que los dos restantes los editaría
después de su muerte su amigo Engels, poniendo en orden los manuscritos
preparados por Marx.
Partiendo de la doctrina clásica, según la cual
sólo el trabajo humano produce valor, Marx señaló la explotación del
trabajador, patente en la extracción de la plusvalía, es decir, la parte del
trabajo no pagada al obrero y apropiada por el capitalista, de donde surge la
acumulación del capital. Denunciaba con ello la esencia injusta, ilegítima y
violenta del sistema económico capitalista, en el que veía la base de la
dominación de clase que ejercía la burguesía.
Karl Marx
Sin embargo, su análisis aseguraba que el
capitalismo tenía carácter histórico, como cualquier otro sistema, y no
respondía a un orden natural inmutable como habían pretendido los clásicos:
igual que había surgido de un proceso histórico por el que sustituyó al
feudalismo, el capitalismo estaba abocado a hundirse por sus propias
contradicciones internas, dejando paso al socialismo. La tendencia inevitable
al descenso de las tasas de ganancia se iría reflejando en crisis periódicas de
intensidad creciente hasta llegar al virtual derrumbamiento de la sociedad
burguesa; para entonces, la lógica del sistema habría polarizado a la sociedad
en dos clases contrapuestas por intereses irreconciliables, de tal modo que las
masas proletarizadas, conscientes de su explotación, acabarían protagonizando
la revolución que daría paso al socialismo.
En otras obras suyas, Marx completó esta base
económica de su razonamiento con otras reflexiones de carácter histórico y
político: precisó la lógica de lucha de clases que, en su opinión, subyace en
toda la historia de la humanidad y que hace que ésta avance a saltos
dialécticos, resultado del choque revolucionario entre explotadores y
explotados, como trasunto de la contradicción inevitable entre el desarrollo de
las fuerzas productivas y el encorsetamiento al que las someten las relaciones
sociales de producción.
También indicó Marx el objetivo último de la
revolución socialista que esperaba: la emancipación definitiva y global del
hombre (al abolir la propiedad privada de los medios de producción, que era la
causa de la alienación de los trabajadores), completando así la emancipación
meramente jurídica y política realizada por la revolución burguesa (que
identificaba con el modelo francés). Sobre esa base, Marx apuntaba hacia un
futuro socialista entendido como realización plena de las ideas de libertad,
igualdad y fraternidad, como fruto de una auténtica democracia; la «dictadura
del proletariado» tendría un carácter meramente instrumental y transitorio,
pues el objetivo no era el reforzamiento del poder estatal con la
nacionalización de los medios de producción, sino el paso (tan pronto como
fuera posible) a la fase comunista en la que, desaparecidas las contradicciones
de clase, ya no sería necesario el poder coercitivo del Estado.
La Primera Internacional
Marx fue, además, un incansable activista de la
revolución obrera. Tras su militancia en la diminuta Liga de los Comunistas
(disuelta en 1852), se movió en los ambientes de los conspiradores
revolucionarios exiliados hasta que, en 1864, la creación de la Asociación
Internacional de Trabajadores (AIT) le dio la oportunidad de impregnar al
movimiento obrero mundial de sus ideas socialistas.
En el seno de aquella Primera Internacional, gran
parte de sus energías las absorbió la lucha contra el moderado sindicalismo de
los obreros británicos y contra las tendencias anarquistas continentales
representadas por Pierre Joseph Proudhon y Mijaíl Bakunin. Marx triunfó e
impuso su doctrina como línea oficial de la Internacional, si bien ésta
acabaría por hundirse como efecto combinado de las divisiones internas y de la
represión desatada por los gobiernos europeos a raíz de la revolución de la
Comuna de París (1870).
Retirado desde entonces de la actividad política,
Marx siguió ejerciendo su influencia a través de sus discípulos alemanes, como
August Bebel o Wilhelm Liebknecht; desde su creación en 1875, ambos fueron
figuras de peso en el Partido Socialdemócrata Alemán, grupo dominante de la
Segunda Internacional que, bajo inspiración decididamente marxista, se fundó en
1889. Muerto ya Marx, Engels asumió el liderazgo moral de aquel movimiento; la
influencia ideológica del marxismo seguiría siendo determinante durante un
siglo.
Sin embargo, el empeño vital de Marx había sido el
de criticar el orden burgués y preparar su destrucción revolucionaria, evitando
caer en las ensoñaciones idealistas de las que acusaba a los visionarios
utópicos; por ello no dijo apenas nada sobre el modo en que debían organizarse
el Estado y la economía socialistas una vez conquistado el poder, dando lugar a
interpretaciones muy diversas entre sus adeptos. Dichos seguidores se
escindieron entre una rama socialdemócrata cada vez más orientada a la lucha
parlamentaria y a la defensa de mejoras graduales salvaguardando las libertades
políticas individuales (Karl Kautsky, Eduard Bernstein, Friedrich Ebert) y una
rama comunista que dio lugar a la Revolución bolchevique en Rusia y al
establecimiento de Estados socialistas con economía planificada y dictadura de
partido único (Lenin y Stalin en la URSS y Mao Tse-tung en China).
(Auguste Comte; Montpellier, 1798 - París, 1857)
Pensador francés, fundador del positivismo y de la sociología. Con la
publicación de su Curso de filosofía positiva (1830-1842), Augusto Comte
apadrinó un nuevo movimiento cultural del que sería considerado iniciador y
máximo representante: el positivismo. Tal corriente dominaría buena parte del
siglo XIX, en polémica y algunas veces en compromiso con la tendencia
filosófica antagonista, el idealismo.
Augusto Comte
Como todos los grandes movimientos espirituales,
el positivismo no se deja fácilmente encasillar en las etiquetas de una
definición estricta y precisa. En sentido muy lato, puede decirse que es una
revalorización del espíritu naturalista y científico contra las tendencias declarada
y abiertamente metafísicas y religiosas del idealismo.
Biografía
Rompiendo con la tradición católica y monárquica
de su familia, Augusto Comte se orientó durante la época de la Restauración
hacia el agnosticismo y las ideas revolucionarias. Después de una primera
juventud cerrada y rebelde, ingresó en 1814 en la Escuela Politécnica de París,
donde, en contacto con las ciencias exactas y la ingeniería, se sintió atraído
fuertemente, junto con muchos compañeros de escuela, hacia aquella especie de "revolución
de los técnicos" que iba predicando el Conde de Saint-Simon.
Disuelta la Escuela Politécnica por el gobierno
reaccionario de 1816, Comte, contra la opinión de sus padres, permaneció en
París para completar sus estudios de forma autodidacta, ganándose el sustento
con clases particulares de matemáticas, que durante casi todo el resto de su
vida fueron su fuente principal de ingresos. Desde 1817 se vinculó a
Saint-Simon, para el cual trabajó de secretario hasta su ruptura en 1824. Ese
año un trabajo de Comte (Plan de los trabajos científicos necesarios para
reorganizar la sociedad) fue reprobado por su maestro.
El motivo de la discordia era mucho más profundo:
Saint-Simon y Comte habían compartido durante largo tiempo el concepto de una
reorganización de la sociedad humana a través de la dirección de las ciencias
positivas, y formaron conjuntamente el plan de renovar por completo la cultura
para elevarla al nivel de tales ciencias; pero Saint-Simon quería pasar de los
planes científicos a la organización práctica de aquel "sacerdocio"
que habría de dirigir la nueva sociedad, en tanto que Comte no consideraba
todavía completos los desarrollos teóricos.
La publicación por su cuenta de aquella obra le
granjeó la amistad y aprecio de numerosos historiadores, políticos y
científicos (François Guizot, Alexander von Humboldt, el duque Albert de
Broglie), sintiéndose Comte estimulado para emprender su gran obra, aquella
enciclopedia de las ciencias positivas que sería luego el Curso de filosofía
positiva (1830-1842). Mientras tanto, sin la aprobación de sus padres, se había
unido en matrimonio civil con una joven y cultísima dama de París, mujer de
eminentes cualidades intelectuales, enérgica y devota de su marido, pero quizá
no tan tierna y sumisa como él hubiera deseado. Precisamente por aquel tiempo
(1826-1827) sufrió Comte su primer acceso de locura; los padres hubiesen
querido recluirlo, pero su esposa supo retenerlo junto a sí con gran energía y
curarlo.
Ya repuesto, Comte concentró sus energías en el Curso
de filosofía positiva (1830-1842). Habiendo apreciado, bajo la influencia de
Saint-Simon, la urgencia del problema social, Comte consagró su esfuerzo a
concebir un modo de resolverlo, cerrando la crisis abierta por la Revolución
Francesa y sus consecuencias. Halló la respuesta en la ciencia, hacia la que
estableció un verdadero culto: el conocimiento objetivo que proporciona la
ciencia debía aplicarse a la ordenación de los asuntos políticos, económicos y
sociales, superando las ideologías apoyadas en la imaginación, los intereses o
los sentimientos.
Augusto Comte (detalle de un
retrato de Louis Jules Etex)
Contra la libertad de pensamiento, origen de la
anarquía moral que atribuía a la Revolución, no oponía el dogma religioso o los
principios de la tradición, sino la «ciencia positiva» que, al atenerse a los
hechos tal como son, proporcionaba según Comte el único punto de apoyo sobre el
que se podría edificar un futuro de «orden y progreso». Contrario al
individualismo y a la democracia, confiaba en un mundo regido por el saber, en
el que productores y banqueros ejercerían una especie de dictadura. Tales ideas,
fundamento del pensamiento positivista, tendrían un gran éxito en los países
occidentales desde mediados del siglo XIX, proporcionando un credo laico para
el mundo del capitalismo liberal y de la industria triunfante.
Sin embargo, Comte vivió una vida desgraciada: el
exceso de trabajo agravó sus trastornos psicológicos, y acabaría provocando un
intento de suicidio y el abandono de su mujer. Su rebeldía y su intransigencia,
por otra parte, le impidieron insertarse en el mundo académico. Al tiempo que redactaba
el Curso de filosofía positiva, Augusto Comte fundó con antiguos compañeros de
la Escuela Politécnica la Asociación Politécnica, destinada a la difusión de
las ideas positivistas, y, a pesar de la enorme fama conseguida, no logró nunca
una sólida posición oficial; llegó a enseñar en la Escuela Politécnica desde
1832, pero no pudo obtener cátedra en ella, y fue expulsado en 1844.
Esta vida agitada, la constante concentración
mental, el empeoramiento de las relaciones con su esposa, que terminaron con la
separación (1842), y finalmente un nuevo amor senil y compartido sólo a medias
por Clotilde Devaux, originaron hacia 1845 una nueva crisis mental, cuyos
efectos se advierten en sus últimas obras, el Sistema de política positiva
(1851-1854) y el Catecismo Positivista (1852). Esta última, en la que expuso el
evangelio de la nueva religión positivista de la humanidad, ofrece matices
desconcertantes en muchos aspectos y en su lenguaje.
Para fomentar el nuevo espíritu positivista había
fundado también, en 1845, una especie de cenáculo en el que se reunían amigos y
discípulos, pero este heraldo de la filosofía científica contemporánea había
perdido por entonces todo contacto con la ciencia viva de su tiempo,
concentrado sólo en sus meditaciones subjetivas. Sólo la ayuda económica de
algunos admiradores (como Émile Littré o John Stuart Mill) lo salvó de la
miseria. Con todo, lo mejor de su pensamiento, reflejado en el célebre Curso de
filosofía positiva (1830-1842), estaba destinado a ejercer una gran influencia
sobre las más diversas ramas del conocimiento (filosofía, medicina, historia,
sociología) y sobre corrientes políticas diversas (incluyendo el pensamiento
reaccionario de Charles Maurras).
El positivismo
Augusto Comte tomó el término positivismo del que
había sido su maestro, Saint-Simon, responsable de su acuñación a partir de la
expresión “ciencia positiva”, aparecida en el siglo XVIII. En la historia de la
filosofía, se designa con esta palabra la corriente de pensamiento iniciada por
Comte; surgida en Francia en la primera mitad del siglo XIX, pronto se
desarrollaría en todos los países occidentales durante el resto de la centuria.
Aunque se entiende el positivismo como filosofía
contrapuesta al idealismo y, en particular, a la figura de Hegel (1770-1831),
positivismo e idealismo hegeliano tienen puntos en común. Ambas corrientes
parten de Kant (1724-1804), aunque desarrollan aspectos distintos: el
idealismo, la idea kantiana de la actividad creadora de la conciencia; el
positivismo, la necesidad de partir de datos y la negación de que el
conocimiento metafísico pueda superar al científico. Como Kant, Comte cree
inalcanzable el objeto de la metafísica porque el saber humano no puede ir más
allá de la experiencia, y, al igual que Hegel, aborda la concepción de la
historia universal como un proceso unitario, evolutivo y enriquecedor.
A pesar de la constatación de tales puntos de
acuerdo, en la configuración de la filosofía del positivismo influyeron también
otras corrientes varias, alejadas del idealismo: el empirismo inglés
representado por John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776), el
materialismo (como negación de las substancias espirituales y reconocimiento
únicamente de la existencia de substancias corpóreas) y el escepticismo del
siglo XVIII francés.
La filosofía positivista
Inducido por el propósito de mostrar que la
tendencia que sigue la filosofía es la de acabar siendo absorbida por la
ciencia, Augusto Comte enfocó su estudio hacia el conocimiento de los hechos y
de la sociedad, prescindiendo de cualquier tipo de anteposición de doctrina
filosófica alguna. Así pues, convencido de que el objeto de la ciencia eran
indudablemente el progreso y la paz, la metafísica tradicional (a la que tildó
de especulativa por recrearse en polémicas insolubles) fue el blanco de sus
críticas, si bien no como defensa de una postura filosófica o tesis elaborada,
sino como una conclusión ineludible: el final de la metafísica era el resultado
natural de la madurez que iba alcanzando la humanidad en su proceso evolutivo.
El positivismo de Comte es un discurso complejo
que comprende al menos una teoría sobre el conocimiento, una interpretación
sobre el sentido de la historia y una posición política ante la sociedad. En
cuanto a lo primero, el positivismo afirma que, en sentido estricto, el
conocimiento lo es sólo de datos verificables o “hechos” (esto es, de fenómenos
cuya regularidad puede ser contrastada al modo de, por ejemplo, una ley física
o química) y que todo conocimiento, además de cierto (indudable, exacto) y
sistemático, ha de ser útil, es decir, ha de traducirse no en teorías, sino en
un aumento de la capacidad de control e intervención tecnológica sobre los
fenómenos.
Lo que caracteriza el advenimiento de una ciencia
es el paso de una explicación teológica (las causas de los fenómenos son
atribuidas a divinidades), o bien metafísica (las causas de los fenómenos son
abstracciones personificadas), a una explicación positiva. Un saber positivo es
un saber que instituye unas relaciones entre los hechos y renuncia a la
explicación absoluta; no busca las esencias ni las causas de las cosas sino las
leyes que las gobiernan. La ciencia positiva aspira a saber únicamente aquello
que es posible saber; es una actitud de pensamiento que sustituye la pregunta "¿por
qué?" por la pregunta "¿cómo?".
Augusto Comte
En cuanto a la historia, Augusto Comte considera
que la humanidad progresa hacia el bienestar y la felicidad generales, poniendo
el desarrollo científico y tecnológico como motor y meta de ese proceso. Es la
llamada ley de los tres estados, según la cual la humanidad había ya pasado por
dos etapas, denominadas por el propio Comte “teológica” y “metafísica”.
En la etapa teológica, los fenómenos naturales se
explicaban por causas extrínsecas a la naturaleza e intervenciones
sobrenaturales (por ejemplo, dioses o seres mitológicos); en la etapa
metafísica, las fuerzas sobrenaturales fueron sustituidas en la explicación por
esencias, causas o fuerzas inmanentes a la naturaleza pero ocultas, que sólo
podían ser confiadas al pensamiento abstracto (por ejemplo, el concepto de
gravedad en física). La época contemporánea corresponde, a su entender, a una
tercera etapa: la “científica” o “positiva”. En el estado “positivo” acabarán
por borrarse los vestigios de las etapas anteriores, y el pensamiento abstracto
y deductivista será sustituido por la comprobación experimental.
Por esa misma razón, la filosofía se convertirá en
“positiva”, y su característica será que reconocerá que el verdadero saber
humano se halla en las ciencias (una matemática, física, química o biología
desarrolladas ya de manera autónoma); tal filosofía, ajena a cualquier intento
de definir esencias, se dirigirá, en cambio, al establecimiento de los hechos y
de las leyes que los regulan. En sus últimos años, sin embargo, Comte
estableció una síntesis subjetiva de sus planteamientos anteriores resumida en
el concepto de “religión de la humanidad”, duramente criticada por su discípulo
Émile Littré por considerarla una vuelta al espíritu teológico.
Por último, el positivismo de Comte entiende los
problemas sociales como desórdenes orgánicos del sistema y propone como
solución reformas (ejecutadas por el poder y a la fuerza, si es necesario) que
integren funcionalmente a todos los miembros de la sociedad, a la humanidad
entera. Comte considera que el progreso social es paralelo al desarrollo de las
ciencias positivas, advirtiendo en las ciencias una relación inversamente
proporcional entre el grado de complejidad y el ámbito de aplicación. Así, la
primera ciencia serían las matemáticas, aplicables a todos los campos, pero de
complejidad reducida. Después vendrían la física, la química, etc., hasta
llegar a la ciencia más compleja de todas y cuyo único ámbito de aplicación
sería la sociedad humana: la sociología. El objetivo último de la sociología
sería controlar el sistema social estableciendo de manera positiva y útil
relaciones entre sus diversos fenómenos.
La sociología
Por las ideas contenidas en el párrafo anterior se
considera a Augusto Comte el fundador de la sociología. Para Comte, la creación
de una sociología independiente está dirigida por la ley de la evolución del
espíritu humano. Al emprender la famosa clasificación de las ciencias, Comte
enumera seis de ellas, que clasifica por orden creciente de complejidad, de las
más generales a las más particulares: las matemáticas, la astronomía, la
física, la química, la biología y la sociología.
Pero esta última todavía ha de ser creada. De ahí
el tema constante del pensamiento de Augusto Comte: el progreso científico no
es nada si no culmina en una ciencia social, y la ciencia social no puede
establecerse si las ciencias que la preceden en la clasificación no han sido lo
suficientemente desarrolladas. Comte imaginaba esta sociología aún no
constituida (por la enorme dificultad que entraña explicar la complejidad del
comportamiento social) como una "física de las costumbres" o
"física social" que descubriría las leyes de las asociaciones humanas
y permitiría formular una reforma práctica de la sociedad, regulando su destino
ético y político.
Comte entiende la sociología como ciencia de los
hechos humanos, y, a tenor de lo ya expuesto, es evidente que los hechos
humanos se inscriben en la historia. Estudiarlos desde el punto de vista de su
evolución es estudiar la dinámica social. Esta rama de la sociología encierra
la ley del progreso de la humanidad, es decir, la ley de los tres estados que
constituye la filosofía de la historia de Comte, en la cual el estado político
está condicionado por el estado intelectual y por las creencias de una época.
Debe subrayarse sin embargo que, para Comte, la
evolución de la humanidad no es discontinua: el paso de un estado a otro es
anunciado por signos precursores, y siempre subsisten, en cada estado,
vestigios del estado precedente. Así, el desorden de las mentes que culminó en
la Revolución Francesa se había venido preparando desde que, en el siglo XIV,
se inició la decadencia del poder espiritual. Una época orgánica se extingue
mientras otra se prepara.
Pero el progreso desemboca en el orden: toda
evolución termina en un estado de equilibrio cuyo estudio es objeto de la
estática social (a la que está dedicado el Sistema de política positiva,
mientras que el Curso de filosofía positiva tiene por objeto la dinámica
social). ¿Cuál es el fundamento del equilibrio de una sociedad positiva? No la
providencia (idea teológica), sino el descubrimiento positivo de que todo
individuo sólo es lo que es por referencia a una vasta totalidad, la humanidad.
A partir de este tema, Augusto Comte construyó una teoría del Estado fundada en
la religión de la humanidad, una religión en la que los sumos sacerdotes
tendrían que ser los sabios y los filósofos; tal religión, en la formulación de
Comte, contenía además una serie de elementos cuanto menos pintorescos, y fue
rechazada por muchos positivistas.
Su influencia
El positivismo se extendió por toda Europa en vida
de Comte y después de su fallecimiento. Hay que destacar el desarrollo profuso
del positivismo en Inglaterra, donde su máximo representante fue John Stuart
Mill (1806-1873). Al cultivar la “filosofía positiva”, Mill adoptó una
orientación psicológica, tanto en la investigación emprendida como en el método
empleado, en directa conexión con el empirismo inglés clásico. Autor de obras
de moral, en las que unió el positivismo con el utilitarismo inglés, consagró
gran parte de su trabajo a la epistemología científica y otra gran parte a la
lógica.
Más especulativo, pero entusiasta del progreso
como Comte, fue el positivismo de Herbert Spencer (1820-1903), convencido
defensor de la aplicación del evolucionismo de Charles Darwin a la vida social.
Frente al positivismo comtiano, el positivismo inglés se convirtió con Spencer
en la expresión ideológica paradigmática de una clase social, la burguesía, y,
como tal, en una doctrina individualista, liberal y enemiga radical del
socialismo.
(Stuttgart,
actual Alemania, 1770 - Berlín, 1831) Filósofo alemán. Hegel
estudió primero en el instituto de su ciudad natal, y entre 1788 y 1793 siguió
estudios de teología en Tubinga, donde fue compañero del poeta Hölderlin y del
filósofo Schelling, gracias al cual se incorporó en 1801 como docente a la
Universidad de Jena, que sería clausurada a la entrada de Napoléon en la ciudad
(1806).
Hegel
Al tiempo que se introducía en la obra de
pensadores como Friedrich Schiller, Johann Gottfried Herder, Gotthold Ephraim
Lessing e Immanuel Kant, Hegel compartió con sus compañeros el entusiasmo por
la Revolución Francesa. Aunque al principio se hallaba muy próximo al idealismo
de Fichte y Schelling, a medida que fue elaborando su propio sistema
filosófico, ya profesor en la Universidad de Heidelberg (1816-1818) y luego en
Berlín (1818-1831), se alejó progresivamene de ellos.
El propio Hegel calificaba el idealismo de Fichte
de «subjetivo», el de Schelling de «objetivo» y el suyo como «Absoluto» para
denunciar la incapacidad de éstos para resolver la contradicción, tarea que
para él constituía el objetivo último de la filosofía: «La supresión de la
diferencia es la tarea fundamental de la filosofía».
No en vano el de Hegel es el último de los grandes
sistemas concebidos en la historia de la filosofía. La «contradicción»
significa aquí el conjunto de oposiciones que había venido determinando la
historia de las ideas desde el pensamiento clásico: lo singular y lo universal,
la Naturaleza y el Espíritu, el bien y el mal, etc. La superación de la
contradicción debe llevarse a cabo a partir del pensamiento «dialéctico», cuyas
fuentes están en Heráclito y en Platón.
Si la filosofía alemana del momento se hallaba
dominada por el concepto kantiano de noúmeno, que establecía el límite más allá
del cual el conocimiento no podía avanzar, para Hegel «la filosofía tiene que
dejar de ser "tendencia" al saber para ser un efectivo y pleno
"saber", para ser ciencia (Wissenschaft)». Hegel parte de la realidad
como un todo (monismo) compuesto por partes integrantes cuyo sentido sólo puede
ser aprehendido por remisión a la totalidad en la que se inscriben.
Pero, a diferencia de sus antecesores, concibe una
totalidad dinámica: cada cosa llega a ser lo que es en el seno de un continuo
devenir, un proceso que es producto de la diferencia, del carácter
constitutivamente contradictorio del ser. El movimiento esencial del ser es
dialéctico, por cuanto expresa la pugna interna entre las partes para reducir
su oposición a unidad. Dado que el pensamiento debe aprehender una realidad en
movimiento, Hegel desarrolla una lógica que permite conocer el ser (el
Absoluto) sin excluir el devenir y el cambio.
De ahí que su sistema sea dialéctico, por cuanto
intenta concebir lo concreto desde el interior de lo absoluto, que se
manifiesta como tal en la oposición a lo concreto y en su negación. Por ello,
la «negatividad» es un concepto central en el sistema hegeliano, pues explica
el devenir de cada objeto en su contrario, y la resolución de ambos en una
nueva figura que a su vez será negada; al final del proceso, la esencia del
Absoluto se revela como pura negatividad, es decir, como la ausencia (o mejor
la negación) de cualquier determinación.
Al contrario de lo que sucede en otros sistemas,
el Absoluto de Hegel se da como lo concreto, como suma de todos los momentos
del proceso a la vez que como su resultado, superando la vaguedad de la
abstracción, que constituye un momento del todo. La distinción entre sujeto y
objeto resulta también superada («Todo lo racional es real y todo lo real es
racional»), pues la historia del proceso de revelación del Absoluto (el
Espíritu), que Hegel desarrolla en su Fenomenología del Espíritu, se da como
proceso de autoconocimiento del propio Absoluto. La historia de los hombres es
la expresión de un conflicto que tiende a desaparecer, marcado por un fin
-telos- que consiste en la reducción de la diferencia a identidad absoluta.
(Königsberg, hoy Kaliningrado, actual Rusia, 1724
- id., 1804) Filósofo alemán. Hijo de un modesto guarnicionero, fue educado en
el pietismo. En 1740 ingresó en la Universidad de Königsberg como estudiante de
teología y fue alumno de Martin Knutzen, quien lo introdujo en la filosofía
racionalista de Leibniz y Christian Wolff, y le imbuyó así mismo el interés por
la ciencia natural, en particular, por la mecánica de Newton.
Kant
Su existencia transcurrió prácticamente por entero
en su ciudad natal, de la que no llegó a alejarse más que un centenar de
kilómetros cuando residió por unos meses en Arnsdorf como preceptor, actividad
a la cual se dedicó para ganarse el sustento luego de la muerte de su padre, en
1746. Tras doctorarse en la Universidad de Königsberg a los treinta y un años,
ejerció en ella la docencia y en 1770, después de fracasar dos veces en el
intento de obtener una cátedra y de haber rechazado ofrecimientos de otras universidades,
fue nombrado por último profesor ordinario de lógica y metafísica.
La vida que llevó ha pasado a la historia como
paradigma de existencia metódica y rutinaria. Es conocida su costumbre de dar
un paseo vespertino a diario, a la misma hora y con idéntico recorrido, hasta
el punto de que llegó a convertirse en una especie de señal horaria para sus
conciudadanos; se cuenta que la única excepción se produjo el día en que la
lectura de Emilio o De la educación, de Jean-Jacques Rousseau, lo absorbió
tanto como para hacerle olvidar su paseo, hecho que suscitó la alarma de sus
conocidos.
La filosofía de Kant
En el pensamiento de Kant suele distinguirse un
período inicial, denominado precrítico, caracterizado por su apego a la
metafísica racionalista de Wolff y su interés por la física de Newton. En 1770,
tras la obtención de la cátedra, se abrió un lapso de diez años de silencio
durante los que acometió la tarea de construir su nueva filosofía crítica,
después de que el contacto con el empirismo escéptico de David Hume le
permitiera, según sus propias palabras, «despertar del sueño dogmático».
En 1781 se abrió el segundo período en la obra
kantiana, al aparecer finalmente la Crítica de la razón pura, en la que trata
de fundamentar el conocimiento humano y fijar asimismo sus límites; el giro
copernicano que pretendía imprimir a la filosofía consistía en concebir el
conocimiento como trascendental, es decir, estructurado a partir de una serie
de principios a priori impuestos por el sujeto que permiten ordenar la
experiencia procedente de los sentidos; resultado de la intervención del
entendimiento humano son los fenómenos, mientras que la cosa en sí (el nóumeno)
es por definición incognoscible.
Pregunta fundamental en su Crítica es la
posibilidad de establecer juicios sintéticos (es decir, que añadan información,
a diferencia de los analíticos) y a priori (con valor universal, no
contingente), cuya posiblidad para las matemáticas y la física alcanzó a
demostrar, pero no para la metafísica, pues ésta no aplica las estructuras
trascendentales a la experiencia, de modo que sus conclusiones quedan sin
fundamento; así, el filósofo puede demostrar a la vez la existencia y la no
existencia de Dios, o de la libertad, con razones válidas por igual.
El sistema fue desarrollado por Kant en su Crítica
de la razón práctica, donde establece la necesidad de un principio moral a
priori, el llamado imperativo categórico, derivado de la razón humana en su
vertiente práctica; en la moral, el hombre debe actuar como si fuese libre,
aunque no sea posible demostrar teóricamente la existencia de esa libertad. El
fundamento último de la moral procede de la tendencia humana hacia ella, y
tiene su origen en el carácter a su vez nouménico del hombre.
Kant trató de unificar ambas "Críticas"
con una tercera, la Crítica del juicio, que estudia el llamado goce estético y
la finalidad en el campo de la naturaleza. Cuando en la posición de fin
interviene el hombre, el juicio es estético; cuando el fin está en función de
la naturaleza y su orden peculiar, el juicio es teleológico. En ambos casos
cabe hablar de una desconocida raíz común, vinculada a la idea de libertad. A
pesar de su carácter oscuro y hermético, los textos de Kant operaron una
verdadera revolución en la filosofía posterior, cuyos efectos llegan hasta la
actualidad.