9. Epicuro (341-270 a.C.)
Biografia:
Epicuro
Cuando los colonos atenienses fueron expulsados de
Samos, la familia se refugió en Colofón, y Epicuro, a los catorce años de edad,
se trasladó a Teos, al norte de Samos, para recibir las enseñanzas de
Nausifanes, discípulo de Demócrito. A los dieciocho años se trasladó a Atenas,
donde vivió un año; viajó luego a Colofón, Mitilene de Lesbos y Lámpsaco, y
entabló amistad con algunos de los que, como Hemarco de Mitilene, Metrodoro de
Lámpsaco y su hermano Timócrates, formaron luego el círculo más íntimo de los
miembros de su escuela.
Ésta, que recibió el nombre de escuela del Jardín,
la fundó Epicuro en Atenas, en la que se estableció en el 306 a.C. y donde
transcurrió el resto de su vida. El Jardín se hizo famoso por el cultivo de la
amistad y por estar abierto a la participación de las mujeres, en contraste con
lo habitual en la Academia fundada por Platón y en el Liceo de Aristóteles. De
hecho, Epicuro se opuso a platónicos y peripatéticos, y sus enseñanzas quedaron
recogidas en un conjunto de obras muy numerosas, según el testimonio de
Diógenes Laercio, pero de las que ha llegado hasta nosotros una parte muy
pequeña, compuesta esencialmente por fragmentos. Con todo, el pensamiento de
Epicuro quedó inmortalizado en el poema latino La naturaleza de las cosas, de
Tito Lucrecio Caro.

El primer paso que se debe dar en este sentido
consiste en eliminar aquello que produce la infelicidad humana: el temor a la
muerte y a los dioses, así como el dolor físico. Es célebre su argumento contra
el miedo a la muerte, según el cual, mientras existimos, la muerte todavía no
existe, y cuando la muerte existe, nosotros ya no, por lo que carece de sentido
angustiarse; en un sentido parecido, Epicuro llega a aceptar la existencia
posible de los dioses, pero deduce de su naturaleza el inevitable desinterés
frente a los asuntos humanos. La conclusión es la misma: el hombre no debe
sufrir por cuestiones que existen sólo en su mente.
La ética epicúrea se completa con dos disciplinas:
la canónica (o doctrina del conocimiento) y la física (o doctrina de la
naturaleza). La primera es una teoría de tipo sensualista, que considera la
percepción sensible como la fuente principal del conocimiento, lo cual permite
eliminar los elementos sobrenaturales de la explicación de los fenómenos; la
causa de las percepciones son las finísimas partículas que despiden
continuamente los cuerpos materiales y que afectan a los órganos de los
sentidos.
Por lo que se refiere a la física, se basa en una
reelaboración del atomismo de Demócrito, del cual difiere principalmente por la
presencia de un elemento original, cuyo propósito es el de mitigar el ciego
determinismo de la antigua doctrina: se trata de la introducción de una cierta
idea de libertad o de azar, a través de lo que Lucrecio denominó el clinamen,
es decir, la posibilidad de que los átomos experimenten espontáneamente
ocasionales desviaciones en su trayectoria y colisionen entre sí.
En este sentido, el universo concebido por Epicuro
incluye en sí mismo una cierta contingencia, aunque la naturaleza ha sido
siempre como es y será siempre la misma. Éste es, para la doctrina epicúrea (y
en general para el espíritu griego), un principio evidente del cosmos que no
procede de la sensación, y la contemplación de este universo que permanece
inmutable a través del cambio es uno de los pilares fundamentales en los que se
cimienta la serenidad a la que el sabio aspira.
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